Simón Díaz, Gualberto Ibarreto, Hugo Blanco, Juan Vicente Torrealba, Aldemaro Romero… He sido, desde siempre, admirador del trabajo internacional de grandes maestros venezolanos como éstos y otros que llevaron la música de mi país por el mundo. Para conectarme con la mera raíz, he dedicado mi vida a compartir con los cultores de los sitios más recónditos de la provincia venezolana; aunque, al mismo tiempo, me he dejado permear por la música del mundo gracias a mis viajes y a mi ipod. Así, he logrado la armonía entre dos mundos que quizás se ven distantes pero que al final confluyen en un aspecto: la magia.
En Venezuela existen más de 300 géneros de música tradicional, producto del encuentro entre corrientes africanas, caribeñas, europeas, indígenas y también consecuencia de un influjo valioso de música contemporánea. Dentro de ese universo heterogéneo, el cuatro es el denominador común, presente en más del 90% de la música de Venezuela en toda su extensión, quizá porque tiene la facultad de incluir los tres componentes básicos de la música (melodía, armonía y percusión) en una sola ejecución.
¿Cuál es mi sueño? Que el cuatro venezolano adquiera la misma relevancia universal que otros instrumentos como el violín, el piano o la batería y que algún día se pueda reconocer cómo suena la música venezolana en cualquier rincón del planeta.
Quiero llevar conmigo los ritmos de Venezuela dondequiera que vaya y poder enseñar esta música a los estudiantes sin que tengan que viajar muy lejos. Me gustaría desarrollar un taller que rompa tabúes y fronteras, al punto de conectar esas corrientes tradicionales con géneros contemporáneos como el jazz, el funk o la salsa, abriendo caminos de improvisación, descubriendo la magia detrás de esas fusiones, ampliando el espectro y construyendo una compleja base rítmica que complementaría la gran enseñanza de la escuela y el conservatorio.